el cantar de la mar

y mi temor a llorar.

A ti bello Puerto de La Caleta,

mi inquieta y respetuosa pluma

de corazón te escribe.

Agradeciéndole al recuerdo

la primera vez que mis ojos de niño a ti te vieron.

Arriba la empolvada carretera,

abajo a lo lejos tus camuflados

canelos pajeros alegres delataban

el blanco gastado reflejo

de la cal de los hormigones

de tus sedientas aljibes

que ansiosas deseaban que

el natural verano pasara,

para que el lento caminar y llorar

de las nubes del natural invierno

hicieran correr a través

de las canales hechas de palo de pitera

la tan necesaria agua.

Y como se alegró mi infantil espíritu,

cuando sus alpargatas

lograron pisar el limpio patio

de separadas lajas de piedras

colocadas por mañosas manos.

Calmándose el correr de sus hambrientas tripas

al ser saciadas por una escudilla

de leche de cabra recién ordeñada,

acompañada de tres o cuatro

cucharadas de auténtico gofio tostado y molido,

por unas menuditas manos llenas de grandeza y buen saber.

Alegrándose sus oídos al

escuchar el sonido del sediento metálico balde

entrar por el brocal del aljibe,

logrando llegar junto con gastada soga

hasta el sediento beso del agua.

Que bello es, para mi querido Puerto de La Caleta,

el que después de 60 años pueda darle,

para atrás al casete de mi adulta mente

y que bello también lo es,

el que tú sin cobrarme intereses

a mis ojos, cariñosa ofreces tu bienestar y el bienestar de tu gente.

Alguna gente que engrandece y eleva

hasta la cota más alta de nuestra querida isla de El Hierro,

la memoria de aquellas y aquellos

que por la ley de la vida, en tu sentir ya no están,

pero que si están y mucho en la memoria y corazones de quienes los conocimos y los tratamos.

¡ELLAS Y ELLOS!

Los que con sus trabajos y sueños contribuyeron por entero

en la construcción del bello mural de la historia,

que por legitimo derecho te pertenece. Historia que de felicidad al recordarla obliga a mi pañuelo secar mis húmedos ojos