Ya sabíamos que cada persona es única e irrepetible, y ahora lo vuelve a refrendar el científico Fred Gage, poniendo sobre la mesa los genes que nos hacen personas singulares. Cada uno es lo que es y todos somos lo que somos, seres con derecho a dignidad. Esto no es fácil de entender y mucho menos de cumplir.
La crisis de moral que hoy sufre el mundo impide tomar razón y poner bases consistentes para que las desgracias dejen de golpear lo más innato del ser humano, su consideración de persona. Los derechos humanos siguen violándose hasta en tiempo de paz y esto habría que atajarlo, puesto que es un fenómeno incomprensible.
Es una buena noticia, pues, que el Consejo de Seguridad de la ONU denuncie a los países y grupos responsables de implicar o abusar de los niños durante los conflictos armados, además de pugnar por hacer justicia procesando a los perpetradores y resarciendo a las víctimas.
Hay que avivar la dignidad de todo ser humano por el simple hecho de serlo. Sin moral es imposible. Nadie estará a salvo y estaremos amenazados por lo que producimos nosotros mismos. A los hechos me remito: vivimos cada vez más en el miedo; en el miedo de la locura. Guerras que parecen privatizadas como negocio.
Gobiernos que cortan las alas de la libertad. Justicia que si tenemos la suerte de que llegue; llega tarde, mal y nunca. Mil millones de personas sufriendo hambre y el grifo de las ayudas en merma, por una crisis que es de moral sobre todo lo demás. Para detener todos estas calamidades hay que inyectar en vena social, sobre todo a gobernantes y gentes de poder, una buena dosis formativa de conciencia para que se pueda esclarecer el juicio moral en el mundo.
La conciencia moral tiene que ser el espíritu que mueve a las personas. Debe ser como ley de vida, lo que exige responsabilidad y deber, consideración y respeto. Ya en su tiempo, el singular filósofo José Ortega y Gasset, puso en nuestro camino una de sus frases célebres que hoy debiéramos ponernos como deber: “Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos y con el amor los errores de nuestra moral”.
Al final, resulta que el amor todo lo reconstruye e instruye. Nos hace falta para retomar el sentido de lo justo y de lo recto, de lo auténtico y de la poesía. De lo contrario, vamos hacia la derrumbe mal que nos pese. Con urgencia pongamos, pues, escuelas de moral en todos los puntos cardinales de la tierra. O todos nos acabaremos sintiendo mal, muy mal, por mucha ciencia que atesoremos o por muchos caudales que manejemos.
La excelencia de todas las ciencias es la moral. Punto en boca.
(*) Escritor.
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