Por Emilio Hernández
Es extraño el día que no encuentro en las páginas de la prensa digital una referencia a la Ley de la Memoria Histórica, y siempre encuentro un debate entre los que pretenden que el pasado continúe tal y como ha estado, y lo que quieren sacarlo de la oscuridad y el olvido.
Lo primero es que me parece demencial, por no decir vergonzoso, que este país necesite de una ley que nos recuerde que tuvimos una guerra civil y cuarenta años de dictadura, que en las cunetas y cementerios de muchos pueblos existan fosas comunes, las de los vencedores hace años que dejaron de existir, los asesinados allí reposan en sus sepulturas, las de los perdedores continúan tal y como las dejaron en su día, pero ya se sabe, la Historia la escriben los ganadores.
Pero esto no quiere decir que sea cierta, que sea la correcta o que cuando las condiciones cambien, ésta no deba de ser rescrita, no ocultando la ya hecha, sino aportando los puntos de vista silenciados.
En estos días que se habla de investigar la procedencia del patrimonio de la familia Franco, hace ya sus buenas tres décadas de su muerte, y todavía parece un tabú, algo como que eso se pacto en la Transición y así debe quedar, y con ello todo lo demás: nombres de calles, monumentos, muertos y una parte de la memoria de este país. Empiezo a pensar aquello de que la Transición española es un ejemplo es un bulo de los que propiciaron y dirigieron esa transición, que se dejaron muchas cosas escondidas en los cajones de los despachos con la esperanza de que nadie los abriera y el tiempo borrara la memoria.
Pero ¿Cómo olvidar que a las afueras de tu pueblo esta enterrado un padre, un hijo, un hermano? ¿Cómo olvidar que la dirección de tu calle es el nombre de un general que propicio la muerte de éstos? Los padres de la Transición no contaban con la memoria personal, la que día a día tiene un momento o una lágrima para recordar a los ausentes.
Recuperar la memoria o hacer memoria, con ley o sin ley, debe ser un ejercicio colectivo de madurez social en la que todos seamos capaces de darnos cuenta de que nuestros abuelos se mataron por sus ideas, sus intereses sociales y económicos, y eso no debe de olvidarse, debe de recordarse para que no se cumpla aquello de que el pueblo que olvida su historia tiende a repetirla.
Pero el recuerdo no debe ser retroactivo, tratar de situar este país en los años 30 es un error un tremendo y grave error, lo que no implica que ciertas cosas se puedan rectificar: como el nombre de una calle, o las apropiaciones indebidas, etc.
Me voy a permitir ponerles un ejemplo, en el cementerio de mi pueblo, El Pinar, hay un monumento a los caídos del bando Nacional, está en el centro del cementerio original que data de los primeros años cuarenta, el primer nombre que se lee es José Antonio Primo de Rivera, y luego los nombres de los muertos del pueblo. Hasta donde yo llego José Antonio es madrileño, pero lleva más de cuarenta años encabezando un recuerdo en el cementerio de mi pueblo, un recuerdo diseñado más para recordar quien ganó la guerra que para honrar a sus muertos. En la puerta hay otra placa García Escámez es el nombre, Gobernador por aquella época en la que se abrió el campo santo. Bueno, es un de esas placas de recuerdo de inauguración como tantas otras.
Con la Ley de Memoria Histórica en la mano deberían desaparecer, por lo menos la primera, la segunda la verdad, me es indiferente, pero me parece triste que necesitemos de una ley que obligue a ello, que esta sociedad nuestra no haya sido capaz de darse cuenta que los cuarenta años de dictadura no era el normal estado de las cosas y que hayamos preferido mirar hacia otro lado, ya se sabe, ojos que no ven…
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