Isaías Santana, Valverde (29/2/2016. 19:45 horas)
Están ahí como recuerdos añejos de una forma de vida herreña. Casas que nos miran con clase y que forman parte de un elegante paisaje que se funde con la naturaleza salvaje de la isla. Un patrimonio arquitectónico con un enorme valor moral y urbano.
En muchas ocasiones se utilizaban materiales locales para su construcción lo que hacen que estas casas prácticamente pasen desapercibidas en el entorno. En algunas de ellas, hasta hace muy poco tiempo, se podía incluso ver servida la mesa, era la última cena antes de embarcarse rumbo a las Américas. Cenas que no se iban a consumir jamás.
“Había que migrar disimulando que se migraba”, se preparaba la mesa para entretener al chivato de turno mientras, poco a poco, miembros de la familia se acercaban a las playas y subirse a esos barcos que no “estaban exactamente legalizados para llevar a gente”, “algunos llevaron incluso a su vaca”, relata el historiador Juan Ramón.
“Casas que están muertas a través de nuestros campos y de nuestros pueblos, pidiendo tal vez no el ser restituidas a su actividad anterior si no el ser recordadas con cariño y volver a estudiar el porqué la isla tuvo que emigrar”, añade.
Antiguas casas que forman parte del legado herreño. Paredes que ahora se esconden entre la maleza y que no hace tanto eran bulliciosos lugares repletos de vida. Casas que ahora obligatoriamente miramos con nostalgia y respeto.
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