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No sé si es correcto que yo escriba sobre mi hermano, mi único hermano, en los días previos a que, en Isora, pueblo en el que nacimos, el próximo domingo se le vaya a reconocer su trayectoria como luchador de lucha canaria, como destacado amante del deporte que nos identifica como pueblo, como practicante afamado de esa expresión que más que deporte es cultura, es identidad y es también expresión de amistad y respeto, valores todos ellos que debe tener toda persona que se calce el pantalón de brega y él los tenía. Para mi hermano, los corros de lucha fueron su hábitat natural, como son los árboles para los pájaros o el agua para los peces, porque nació para luchar. En el corro, se sentía realizado, feliz, relajado. El gran Juan Barbuzano, del que era amigo desde niños, me dijo una vez: “Si tu hermano dice, “yo le salgo a ese”, lo tumba, sea quien sea. Nunca ha caído”. He ahí su talento. A los corros, que tanto le aplaudieron en toda Canarias, en Venezuela o del Aiún, iban muchos paisanos para verlo luchar. Corros que vi aplaudir cuando el Chorizo se soltaba la mano izquierda y se ponía casi de pie, aparentando cansado, agotado, para que el adversario, viéndole casi perdido en sus fuerzas, fuera por él, momento en el que surgía la magia. En el instante preciso, con una maestría insuperable, mezcla de agilidad y arte, utilizaba su recurso inconfundible que lo ha hecho inolvidable, su pie derecho o, para ser más preciso, el dedo gordo de su pie derecho, dejando boca arriba casi sin esfuerzo con soltura y elegancia, a cualquier rival. En esos corros, que, ante la superioridad del contrario, el Chorizo siempre tenía arte para salir victorioso en el preciso momento que fuera necesario para el equipo y para su afición. Siempre había una esperanza de que su genialidad saliera en el momento en que todo parecía estar perdido. El domingo próximo también mi hermano tendrá un corro, un corro de amistades, de admiradores, de amor y de respeto por ser quien fue y quien es, tendrá un corro donde estarán presentes nuestro finado abuelo Francisco “el Chorizo” de quien hemos heredado un apodo que se ha convertido con orgullo, en seña de identidad de nuestra familia, un corro donde nuestros padres estarán presentes en la memoria. Un corro que, puesto en pie, se trasladará en un imaginario colectivo al terrero mítico de El Golfo en las históricas luchadas de Candelaria y San Lorenzo; un corro de gente buena. Tendrá su último corro donde su lucha es otra, es contra su enfermedad, pero seguro que le ha tirado la mano a la espalda y, mirándola a los ojos, le habrá dicho lo que preguntaba el gran Ramón Méndez a sus adversarios: “¿está agarrado caballero?, vamos a luchar”. Hoy, por voluntad de sus amigos y familia, se le pondrá, por acuerdo unánime de la corporación municipal, su nombre a una calle, antiguo camino del barranco que tanto recorrió, para reconocerle su saber estar en los terreros de lucha, las tardes de gloria y por qué, no para recordar en su figura a una generación de luchadores cuyas buenas prácticas aprendieron jugando en los caminos de Isora. ![]() |
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