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Entre mis recuerdos de niño figura uno siempre intacto e imborrable. Era aquella latonería que existió en la actual calle San Francisco de la Villa, hoy desaparecida por las nuevas construcciones. Se bajaba por una pequeña escalera de piedra que terminaba en un lugar oscuro lleno de trozos de latón del que de su techo colgaban distintos utensilios caseros y dedicados a la agricultura: regadores, azufradores, cubos, duchas portátiles, …; en el fondo, un hombre grande, que destacaba no solo por su estatura y corpulencia, sino por su pelo blanco platino, que utilizaba un yunque y un martillo para dar forma golpe a golpe sus obras de latón, que necesitaban además de un cierre hermético que se conseguía a base de calentar un soldador de hierro que al ponerse incandescente en la fragua de carbón permitía derretir el hilo de estaño con el que se lograba sellar estos utensilios que normalmente servían para el transporte de agua y líquidos. Este hombre se llamaba Aurelio Gutiérrez, y le conocíamos en aquella sociedad herreña de la década de los 60 como “el latonero”, profesión que desarrolló y que transmitió a algunos de sus hijos, todos ellos auténticos manitas del bricolaje. Recuerdo que su taller subterráneo era como un rincón del tesoro, porque la brisa de Valverde hacía que todo lo que rodara por la calle terminara allí, entre ellos los rebuscados chistes que acompañaban a los chicles Bazooka que coleccionábamos para enviar a Barcelona y recibir por correos una pelota de playa, un bolso, una camiseta, o en el mejor de los casos, un balón de fútbol que en el primer partido se despellejaba hasta perder el flamante colorido. Hoy ha fallecido el segundo de Aurelio Gutiérrez “el latonero”, de nombre también Aurelio y casi una copia idéntica a su padre. Un vecino de mi Tamaduste, porque otra de las aficiones que heredó de su familia fue la de pescador tradicional que caña en mano no había vieja o sargo que se le resistiese. Había que verlo en las mareas bajas en “el Río” o en el Picacho rodando cayados en busca de la mejor carnada, la huyona el cangrejo veloz más apetecido para la vieja. Si el mar no estaba muy tranquilo, mejor no arriesgarse e ir a la desembocadura del entrante de El Tamaduste para buscar la alternativa, la miñoca, o aprovechar con el sacho de mano a escarbar el fondo arenoso para coger la miñoca, una lombriz que se engarzaba al anzuelo, golosina para el pescado azul como el sargo o la palometa, antes de que llegara la gamba a nuestras vidas. Se conocía los pesqueros como la palma de su mano: la Baja de Guillermo, por supuesto El Cantil, El Pachonero,…, donde me asustaste en los últimos tiempos. Siento profundamente esta pérdida, la de un hombre que nació y vivió también como yo en El Hondillo de la Villa de Valverde, pero que siempre prefirió El Tamaduste para vivir con su adorada Yta, Juana María Padrón Santos. De talante tranquilo, servicial y bueno me demostró esa amistad sincera con ese Raulito con el que me sigue llamando la gente que me aprecia. Mis condolencias a su esposa e hijos y a toda su extensa familia. D.E.P. gran amigo. ![]() |
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