En política es infrecuente elogiar al adversario, participar de sus cualidades, de su buen hacer, reconocer su especial valía para un puesto determinado, alegrarse cuando acierta, y felicitarlo, y apoyarlo. Hoy quiero romper este hábito político, y hacer un elogio del adversario, no de cualquiera sino de uno concreto, con nombre y apellidos, y en activo. 

Pablo Rodríguez Cejas, probablemente uno de los senadores que mejor lo ha hecho en los últimos 20 años, y al que los juegos de poder de la política apartaron de repetir candidatura en las pasadas elecciones de 2019. Les diré que yo entonces le hubiera votado. Yo ahora mismo le votaría. Si viera una papeleta al senado, en la que el cabeza de lista fuera Pablo Rodríguez Cejas, yo la elegiría. 

Hasta tal punto es así que, desde mi condición de afiliado de Asamblea Herreña, respaldaría la propuesta de no presentar candidato al Senado y apoyar la candidatura de Pablo, sea cual sea el partido por el que se presentase a las próximas elecciones generales. 

En mi experiencia, hay políticos honrados y honestos, hay que reconocerlo cuando te los encuentras, pero es cierto también que una mayoría de los políticos mira antes por sus propios intereses y los de sus respectivos partidos que por los de los vecinos que les votaron.

En política lo frecuente es encontrarnos con gente arribista, y gente que vendería a su mejor amigo por un puesto. Los que entran con ganas de luchar por la sociedad son pocos, y los que no abandonamos, los que cuando el sistema no nos deja hacer nada, nos centramos en ayudar al vecino, a pesar del machaque constante, somos aún menos; entre otras cosas, porque asumimos, como parte del cargo, la conversación de bar que te injuria, el comentario que te denigra, y la etiqueta que te ponen para ridiculizarte. 

Pero los políticos honrados existimos, somos un porcentaje pequeño, pero estamos ahí, aunque, a menudo, nuestra honradez no llegue a los ciudadanos, tal como está el sistema de corrompido. 

Este es, para mí, el caso de Pablo, un herreño de bien, decente, con quien simplemente discrepo en asuntos que no son fundamentales, y, aunque estamos en diferentes partidos, me atrevería a decir que compartimos muchas opiniones, como que la política no debería ser otra cosa que la normal discrepancia dentro del respeto mutuo.

El político debe cuidar de sus instituciones. La política no debe ser nunca una guerra de unos contra otros, de estas conmigo o estás contra mí; cuando todos sabemos que es posible no estar con alguien y que eso no significa estar en contra de ese mismo alguien.

Pero es que, en este caso, de Pablo Rodríguez Cejas, no solo no es mi enemigo, es que ni siquiera es mi adversario político; es alguien que milita en una opción política que fue la mía, y que hoy no lo es, alguien con quien puedo confrontar ideas, defender el derecho de otros a defender las suyas, y, con quien, por supuesto, me gustaría que compartiese el mismo partido.

Porque está claro que no todas las opciones políticas representamos lo mismo. 

La política debe ser el marco de la discusión, del parlamento. Toda posición política debe tener como principio inquebrantable el de servicio público y la búsqueda del consenso.

Consenso no es mayoría, consenso es unanimidad, es el alejamiento de las respectivas posiciones de cada uno para acercarse a un punto de encuentro en el que estemos todos. Con el consenso no se obtiene lo que se quiere, pero se obtiene parte, y así todos, todos, obtienen. En la mayoría, sin embargo, solo obtienen unos, y otros se quedan sin nada.

Y tener al lado a políticos que participan de esta idea del consenso, personas que no piensan en términos de guerra, de batalla, de quita tú a ése para que se pueda poner al otro, es también infrecuente. 

Si queremos una sociedad que mejore, debemos también elegir a nuestros adversarios, no por su inutilidad, o su mediocridad, sino por su valía. Esto es lo que hará que, en nuestra Isla de El Hierro, los políticos seamos mejores, y representemos los intereses no de unos, sino de todos.