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Echando atrás en el tiempo, volando sobre los recuerdos de aquellos años en que la llegada de algún indiano al pueblo era motivo de curiosidad por los vecinos, sobre todo si el suertudo emigrante había hecho más o menos fortuna en las Américas, porque para eso se iba, me veo sentado a la vera de mi abuelo Francisco, bajo su manta negra guareciéndome del frio de Azofa, oyendo los cuentos de aquellos hombres vestidos con ropa nueva de caqui y zapatos, que hablaban de Venezuela con admiración inusitada, de su frondosidad, de como un árbol daba varias cosechas en el año, contaban , con deleite los sabores de frutas desconocidas, de su gente amable; describían con entusiasmo a Puente Hierro, a Catia, a Quinta Crespo, lugares que retumbaron en mi cabeza hasta que tuve la gran suerte de conocer, y cuando llegué, sentí que aquello me era familiar, que yo había estado allí en mis sueños de niño, porque en mi subconsciente también se había sembrado la semilla de la emigración, de que algún día, como los demás, haría la maleta quede manera brillante cantara el poeta Pedro Lezcano: “una maleta grande, de madera: la que mi abuelo se llevó a La Habana, mi padre a Venezuela” Ya, en aquel tiempo, oí historias sobre un doctor que, muerto, curaba a los afligidos. Escuché que vino del más allá para socorrer a una pobre mujer que sufría un parto mal avenido en su humilde bohío en un lugar del Llano venezolano; o aquel niño pescador de las orillas del Orinoco, que padeciendo una enfermedad que ningún vivo sabía curar, acudió en plegaria al médico de los pobres, así lo llamaban, y desapareció su mal. Por aquella época, hablo de los años 60 del pasado siglo, en casi todos los hogares en que retornó un emigrante de Venezuela, se comenzó a colgaba en las paredes de las humildes casas del pueblo un sencillo cuadro de unos 30 por 20 cm con el retrato de un hombre de bigote, trajeado y con sombrero y debajo su nombre: “ Dr. José Gregorio Hernández” .Algunos, los que mayor fortuna hicieron, se aventuraban a instalar un pequeño altar en un rincón visible de la nueva casa, porque también agradecían al hombre santo su dicha. En una de mis muchas conversaciones con mi amigo Antonio Álamo y su esposa Josefina Benítez en el Hogar Canario Venezolano , hablando de la procedencia herreña de personajes de la historia venezolana, como el general Ezequiel Zamora (1817-1860), quien fuera Jefe del Pueblo Soberano y General en Jefe de los Ejércitos Populares de la república de Venezuela durante la guerra de la Federación; de Juan Francisco de León (1692-1752), caudillo que protagonizó el levantamiento contra el monopolio abusador de la Real Compañía Guipuzcoana del Comercio de Caracas, entre otros, me comentó la procedencia herreña del Dr. José Gregorio Hernández, haciéndome llegar la reseña del árbol genealógico del ínclito. En Venezuela leí varias biografías del doctor santo y no encontré nota de su ascendencia herreña. Incluso, en una oportunidad, con ocasión de su beatificación en abril de 2021, conversé con uno de sus tantos biógrafos en una librería en Los Palos Grandes, y le comenté esta curiosidad, confesándome el autor que desconocía ese “detalle”. En estos días, saltó la buena nueva de que el Papa Francisco autorizó al Dicasterio para las Causas de los Santos promulgar el decreto relativo la canonización del Beato José Gregorio Hernández Cisneros, fiel laico, nacido en Isnotú estado Trujillo de Venezuela el 26 de octubre de 1864 y fallecido en Caracas, el 29 de junio de 1919. La noticia se publicó el pasado 25 de febrero en el Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. La decisión papal, según la prensa, se tomó “después de que Francisco reconociera el milagro concedido a la niña Yaxury Solórzano Ortega, quien recibió un disparo en la cabeza durante un asalto mientras se encontraba con su padre y a quien los médicos que la atendieron habían desahuciado. El suceso ocurrió en marzo de 2017, en el estado central de Guárico, cuando la pequeña tenía 10 años. Después de que los médicos que la atendieron dijeran a sus padres que la niña iba a fallecer, su madre rezó a José Gregorio para su curación, razón por la que, según la versión de sus familiares, avalada por el papa, se salvó”. Ante tal destacado anuncio, mi curiosidad me llevó a consultar con el cronista oficial del Ayuntamiento de La Frontera, el profesor D. Juan Padrón (Carmelo para los amigos), sobre las raíces herreñas del beato Doctor, haciéndome llegar rápidamente la copia de un trabajo titulado “Presencia de los Herreños en América”, que publicó en 1990 siendo él, director general de Emigración del Gobierno de Canarias, escrita por el licenciado David W. Fernández. Además, me envió esta nota que, con su permiso, transcribo: Los antepasados de José Gregorio Hernández eran oriundos de la isla canaria de El Hierro. El Alférez Real Antonio de Febres-Cordero y de la Peña nació en Valverde, capital de la isla de El Hierro, en 1724. Sus padres fueron los herreños Diego de Febres-Cordero y Espinoza de los Monteros, Capitán de Infantería, y Josefa de la Peña Alarcón y de Mesa. Febres-Cordero y de la Peña emigró a Venezuela con su familia en 1730. Se establecieron en Caracas, donde su padre prestaba servicios como miliciano en la Real Hacienda de Caracas. Hacia 1742, Febres-Cordero y de la Peña fijó residencia en Coro, en donde ejerció los cargos de capitán de infantería de las milicias regladas, alcalde ordinario, alférez real y alcalde de la Hermandad. Afincado en esta zona, compró tierras y propiedades. En 1748 contrajo matrimonio con María Bernarda Pérez Padrón, de ascendencia canaria. Una de las hijas del matrimonio fue María de la Cruz de Febres-Cordero y Padrón, quien nació en el estado venezolano de Falcón hacia 1754 y se casó con José Gregorio Hernández de Yagüas y Mendoza, venezolano, nacido en Boconó, estado Trujillo, en 1751, falleciendo en Coro en 1829. Entre los hijos del matrimonio se encuentra Remigio Hernández de Yagüas y Febres-Cordero, que nació en 1778 también en Boconó. (Fallecimiento: 1838 (59-60)) quien se une en matrimonio con Lorenza Ana Manzaneda Salas, también natural de Boconó, naciendo aquí, en 1830, uno de sus hijos, Benigno María Hernández Manzaneda, quien se casa en el lugar con Josefa Antonia Cisneros Mansilla (Barinas, 1801). El matrimonio se traslada a Isnotú, donde nace el 26 de octubre de 1864 José Gregorio Hernández”. Curiosamente, en la referencia que hace la publicación “Presencia de los Herreños en América” menciona a otro personaje de tan destacada familia: “…, además de otro tataranieto, ya en los altares San Miguel Febres Cordero, llamado en el siglo Francisco Luis Febres Cordero y Muñoz (1854-1910) ecuatoriano, Hermano de La Salle, que fue beatificado por Pablo VI el 30 de octubre de 1977 y canonizado por Juan Pablo II el 21 de octubre de 1984”. Los restos del santo José Gregorio Hernández se encuentran en la parroquia de La Candelaria en Caracas, fundada en el año de 1708 y costeada por canarios, los cuales, con motivo de haber llevado desde las islas una imagen de Nuestra Señora de La Candelaria, decidieron edificar el templo. Aunque el apellido “Febres-Cordero “, ha desaparecido en la actualidad en la isla de El Hierro como tantos otros, lo cierto es que se ha transmitido el patronímico “Cordero” y actualmente varias familias responden a esa ilustre y destacada herencia, sobre todo en la Villa de Valverde. Yo, haciéndole caso a mi difunta abuela Justa, utilizando uno de sus sabios consejos de que: “daño no hace”, llevo conmigo una estampita de Jose Gregorio Hérnandez que me dieron en Caracas con motivo de su beatificación , por si acaso,” porque daño no hace”. |
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