SOCIEDAD - 4/12/2025
LAS ARRUGAS DE LA EMIGRACIÓN
Por José Francisco Armas
4/12/2025
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ACTUALIZADO: 04/12/2025 12:44:25
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Es tanto el tiempo pasado que apenas se les recuerda, solo una breve historia o un vago comentario de un tío que emigró a América; sobre aquel primo hermano que se fue y más nunca se supo, del amigo de infancia que lo reclamaron sus padres a la tierra de providencia, del  enamorado que prometiendo volver se despidió con los ojos humedecidos, idealizado todavía en un recuerdo que apenas se asoma a la inocencia que dan los años, o un impreciso recuerdo sobre unos jóvenes que, atosigados por la situación que castigó una época negra de nuestra historia, se echaron a la mar llamados por la buena nueva de que allá, en Venezuela, se ganaba bien y había comida en abundancia.

Todas aquellas personas que, sin papeles, de manera clandestina, se subieron a la borda de uno de los tantos veleros que tocaba la costa y más tarde en alguno de los trasatlánticos que operaban en la ruta hacia Caracas, con la esperanza de mochila, allí fueron acogidos, formaron sus familias, desarrollaron su capacidad productiva y educaron a sus hijos.

Hoy se quedan con sus arrugas, porque los suyos han decidido, unos, retornar a la tierra de origen, y otros por el ancho mundo porque también les pertenece. 

Desde su llegada se afanaron en recordar a diario su cuna; allí sí hablaban de la familia, de las islas, y guardaron cada carta y cada retrato que de aquí enviaban; allí mantuvieron y transmitieron sus costumbres, su música, su folklore, que regaron por todo el territorio de la república venezolana, y por ello, hoy se interpreta una isa o una rianxeira, con la misma emoción que el alma llanera.

Allí se quedan con sus arrugas marcadas como escondites de lo vivido, de sus recuerdos, como testimonio fiel de una vida, idealizada con la figura de un andante con su maleta de madera a cuestas que hoy la llenan con un sentimiento de congoja por ver que su historia se repite con sus hijos y nietos como si de una maldición se tratara. Otra vez despedidas, abrazos y lágrimas con promesas de regreso que el tiempo, con su tozudez, obliga a incumplir. Ahora ha llegado lo peor: la soledad.

Solo basta acercarse y entablar una pequeña tertulia con cualquiera de ellos, para que sus ojos castigados por los años brillen, se vuelvan vivaces contando su particular historia, porque cada emigrante tiene la suya. Con qué sentimiento hablan de sus padres y hermanos, de su casa, y aunque los años se amontonen, sigue siendo su casa, como recuerda cada piedra, cada portillo de un cercado cualquiera, de los juegos de niños allá en un pueblo de su tierra natal, y cómo se entristecen al recordarlas. 

Con qué intensidad te cuentan su viaje a Venezuela en los veleros fantasmas, que seguramente ha contado cientos de veces, pero que cada vez que lo relatan es como si fuera la primera vez, cómo narran su emoción al oír al timonel gritar: ¡tierra!, cómo se abrazaron unos a los otros por haberlo conseguido, cómo empezaron a trabajar, cómo se integraron en aquel pueblo amable, cómo prosperaron, con qué responsabilidad y alegría hacen su primer giro bancario, una parte para pagar el préstamo con que compraron el pasaje de ida y otra para sus padres.

— Me he enterado de que has vendido la mula y, si lo hiciste, es que estás muy necesitado.  Aquí te mando algo; todavía no he ganado mucho, pero trabajo no falta, gracias a Dios.

Hoy nuestros paisanos, en su soledad, ante la limitación de acceso a los servicios básicos de salud, de educación; ante el coste de la canasta básica de alimentos, para lo que necesitan 230 salarios mínimos, para cubrir las necesidades de un mes (6 años de trabajo o de pensión) lo que indica que estamos ante un estado fallido porque ha perdido toda capacidad de atender las obligaciones básicas, vuelven sus miradas a la tierra natal y lo hacen a su pesar, con esperanza, buscando gestos de solidaridad (palabra que se le atraganta a muchos/as).

La grandeza del ser humano civilizado es acudir allá donde un semejante le necesita, ser generoso, empático, solidario. Hay quienes dejan todo por esa entrega total a los demás, vocación admirable, pero sin llegar a extremos que solo pocas personas son capaces; si podemos y debemos tender la mano a los paisanos que hoy, desde la distancia, cargados de arrugas como única herencia de una vida intensa, nos miran y nos la demandan.
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