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Exacta es la definición que ha hecho la asociación civil Amigos del Garoé de Caracas, para el título dado a su trabajo de homenaje a las mujeres herreñas que emigraron a Venezuela por los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. En el mes de abril de 2024, en un acto cultural organizado por la Asociación en el Hogar Canario-Venezolano publicaron una pequeña biografía de un grupo de mujeres herreñas, y en el mes de noviembre con motivo de la inauguración de la Casa Herreña una segunda, y espero ver una tercera y así hasta que estén todas esas “mujeres de hierro”, que hoy lo siguen siendo a pesar de los años, mujeres duras, decididas, valientes, trabajadoras y laboriosas, que vivieron una niñez y parte de su juventud en una época oscura y triste. Leo con detenimiento sus resumidas historias y concluyo que nunca se hará lo suficiente para reconocer la determinación que las llevó a cruzar el océano hacia un lugar desconocido, en una gesta indescifrable donde necesidad, sentimientos, dolor, amor y orgullo propio se mezclan en la búsqueda de la tierra de abundancia y libertad, y que les cambió el rumbo de sus vidas para siempre, a la vez que el de sus familias. Cada una de ellas con su historia particular, con sus alegrías y tristezas, con momentos de felicidad y congoja, porque así es la vida, pero todas, con orgullo, hablan de aquella época superada con brillo en los ojos. Emociona oírlas, observar con detalle cómo cuentan sus vivencias, sus recuerdos de la isla, cómo se motivaron para emigrar y la frase que todas ellas repiten con crudeza: “¡No había más remedio, mijo!”. Alegra verlas hoy recordar cómo fue su viaje a bordo del Franca C, del Irpinia, del Santa María o del Vera Cruz, describir el palpitar de su corazón al divisar de lejos la silueta del continente americano, el temblor de sus cuerpos cuando se iban acercando a la costa venezolana y su alivio e impresiones, contadas desde la distancia que dan los años, de su arribo en el muelle de La Guaira. Allí, en La Guaira, se mezclaba de todo, me contó una “mujer de hierro” de mi pueblo, Isora. Llantos, gritos, risas, aplausos, voces que llamaban a familiares que esperaban, maridos casi desconocidos que en el trajín del momento trataban de columbrar a su esposa casi desconocida, y a muchas otras que se bajaban del barco y no las esperaba nadie. —No fue fácil, no, —me dijo mientras secaba sus lágrimas. Cocineras, asistentas, vendedoras ambulantes en Puente Hierro o en Quinta Crespo, costureras, conserjes de edificios...No se arrugaban ante ninguna de las ofertas de trabajo que encontraban. No había ni tiempo ni motivo para la depresión. Fueron a trabajar y es lo que hicieron porque, además, empujaban para delante a su familia que habían dejado en la isla. Cuando oímos sus historias, son historias de sufrimiento, de pelea diaria, de constancia y de satisfacciones. Con el esfuerzo construyeron un hogar y se han establecido en un país que es suyo por derecho propio, porque en él han vivido más que en el de nacimiento. Por ello, hoy es casi imposible regresar, puesto que allí tienen todo, allí están sus hijos, nietos, bisnietos. Mantienen vivo el recuerdo de una isla donde “la tristeza era mayor que el hambre”, como, con voz entrecortada, me describió un paisano los años de la posguerra. Hoy viven con la añoranza. —¿Cómo está Mauricio, lo conoce?, me preguntó una señora octogenaria bien emperifollada. —Sí claro, ya falleció, —le respondí. ¿Era familia? —Ese fue mi novio y el hombre del que estuve toda la vida enamorada. No se lo vaya a decir a mi marido, que es muy celoso; siempre pienso cómo hubiera sido mi vida con él. ¡Creo que me hizo brujería, el puñetero! Le respondí con una sonrisa cómplice. ¡Mujeres de hierro!, merecida distinción para unas generaciones de mujeres jóvenes que cogieron la maleta y saltaron a la mar, para buscarse la vida de manera distinta a la que les ofrecía su tierra. Ahora los recuerdos afloran con intensidad, con deseo de contarlo, de relatar cómo eran aquellos años para una joven impulsada a emigrar porque así lo imponía el momento. La labor nuestra es recogerlos, registrar cada detalle como trozos de la historia viva de unas paisanas, de una isla y de una época que fue y que todas siente el orgullo por un trabajo bien hecho. Esa labor de recuperación la está haciendo con mucho éxito, la Asociación Civil Amigos del Garoé de Caracas. |
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