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En días siguientes al que la fumata blanca del Vaticano anunciaba un “habemus papam” en voz del cardenal protodiácono, oí una entrevista hecha a la abogada laboralista comprometida con las libertades democráticas Paquita Sauquillo, dada su vinculación con el cristianismo de base, que la llevó a trabajar en 1965 con el padre Llanos, un cura jesuita de curiosa trayectoria que pasó de ser confesor de Franco y seguidor de la doctrina de José Antonio Primo de Rivera, a militante comunista con un activismo explosivo, destacando el trabajo intenso que realizó en la zona conocida como “El Pozo del Tío Raimundo” en Madrid, y le preguntaron sobre si se mantenía la fe después de los golpes que la vida le ha deparado. La entrevistada relató brevemente su historia: la muerte de su padre a edad temprana, la matanza del despacho de abogados de Atocha en 1977 donde asesinaron a su hermano, la defunción de su esposo y sobre todo la muerte de su hijo, afirmando que para un hecho así no existe palabra que lo defina. La Real Academia no la ha inventado todavía, dijo, por ser tan terrible el dolor, la desesperación, la impotencia. En estos días, viendo el programa de la TVE “La noche en 24 horas”, donde hacen un resumen de la situación horrenda de cada día en Gaza, decía un periodista más o menos esto: “ya no hay palabra para definir lo que vemos. Lo hemos calificado de todo, lo llamamos genocidio, crímenes de guerra, matanza, holocausto, etc., pero se necesita otra palabra que aglutine tanto horror, tanto dolor, tanto odio y tanto ninguneo internacional”. Habrá también que buscar una palabra que califique el comportamiento de esta sociedad que lo permite, teniendo capacidad para resolverlo. ¿Cómo juzgará la historia la tibieza de la comunidad internacional ante la muerte y destrucción sin piedad en Gaza? ¿Qué palabra utilizarán en el futuro cuando la sensatez vuelva y campe sobre las mentes negras de los asesinos para definir esta omisión cobarde y cómplice? Se necesitará sin duda una nueva palabra. El pasado día veintiocho de este mes de las flores, se produjo un hecho desgraciado en el tranquilo y apacible muelle de La Restinga donde el vuelco de una patera que transportaba unas ciento cincuenta y dos personas procedentes de Guinea Conakri acabó con la vida de siete de ellas, cuatro mujeres, dos niñas de cinco años y otra adolescente de dieciséis, que murieron en su desespero de acariciar la tierra prometida con sus manos entumecidas , y creo, es mi opinión, que también necesitamos una palabra que defina esta tragedia en su conjunto, que no es algo esporádico. Sobran las que conocemos y repetimos: miseria, pena, lástima, injusticia…cansan declaraciones sobre declaraciones, sobran alabanzas a la nobleza y capacidad de aguante y solidaridad del pueblo herreño que, por supuesto es verdad, pero no es ese el asunto, y sobran, desde luego quienes lo resuelven con desprecio: ¡que se vuelvan por donde han venido! Creo que para estos sí hay una palabra que los describe perfectamente. ¿Qué palabra utilizar para de lo sucedido en La Restinga o para los que el mar se ha tragado? Oigo, leo y veo que se está produciendo un crecimiento de los fanáticos que justifican y dan soluciones con el más absoluto desparpajo sobre hechos como los comentados, tan estúpidas y fuera del fin de la concepción humana que nos noquean, y me niego a creer que son mayoría. Estoy convencido de que somos más los que nos colocamos en el lado amable, en el lado correcto de la vida, pero el discurso agresivo, de miedo al que viene (¡en nombre del Señor! Salmos 118:26 y Mateo 21:9), de un supuesto peligro sobre nuestros bienes, asegurando que todo aquel que llega es un delincuente a no ser que disponga de medio millón de euros y se compre un piso de lujo en el Barrio de Salamanca de Madrid, nos afecta y nos limita en la defensa sin complejos de los valores superiores de la humanidad que no son otros que los propios de una sociedad con fundamento y que una vez abandonados entramos en un mundo salvaje depredador y criminal. Por ello habrá que enarbolar las banderas de la solidaridad, sensibilidad, compasión de las desgracias de los demás, piedad, amor… y yo agregaría justicia universal. Mientras tanto, mientras no se invente una palabra que defina y sirva para expresar lo que siente esa madre africana que enterró a su pequeña hija cuando un segundo ante fue feliz por tocar la tierra firme de un mundo idílico para una vida nueva después de diez días de angustia en las aguas del Atlántico. Mientras no se invente una palabra que la sociedad utilice y que englobe lo que a diario vemos, y digo vemos, en Gaza, no nos queda otra que acompañar y unirnos al dolor del representante de Palestina en la ONU, el respetable Riyad Mansour, y llorar, llorar y gritar: ¡No se puede tolerar tanto horror! |
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