Te recuerdo con una edad temprana, un mozo empezando a salir, siempre a la vera de tu padre acompañando en las fiestas patronales, allí donde fuera, tocando. Llegabas y te unías al grupo casi pidiendo perdón por hacerlo, siempre sencillo y desapercibido, porque lo tuyo ha sido la seriedad y la constancia, nunca la apariencia, la falsedad, las medias palabras, o despejar una situación complicada esparciendo culpas de todo y a todos. No, tú asumías lo dicho, posiblemente por eso no fuiste comprendido, porque en esta época gaseosa los valores que mamaste cazan mal con el tiempo de la mentira. 

Coincidimos poco tiempo en la vida “partidaria” de nuestra agrupación insular, pero lo suficiente para conocerte y valorar tu trabajo e iniciativas en favor siempre de la mayoría, con los ojos puestos en los más necesitados, y lo hiciste hasta que la enfermedad traicionera te asechó, como acechan los cobardes.

Desde nuestra debilidad humana, te veíamos y nos sorprendía tu fuerza para luchar una batalla que tú sabías perdida y así nos lo decías con frialdad, asumida, como si la propia naturaleza nos fuera convenciendo de lo obvio.  

Un día por el mes de julio, te encontré tomando un café y te pegunté cómo estabas, algo que es costumbre, y me contestaste: tocando en mi última Bajada. No supe responder. Pensé en tu fortaleza ante la adversidad, ante lo inevitable, y me dije: la vida es lo que es.

Hoy nos toca despedirnos, y como mandan los cánones en estos momentos, recordando, lamentando y preguntándonos por qué. Recordando tu comportamiento hacia los demás, que ha sido de entrega y compromiso, sufriendo por los que sufren y trabajando sin discriminación como lo hiciste en tu etapa de alcalde de Valverde; lamentando que a tu edad te hayas ido cuando más podías dar, donde faltan mentes con criterio y que respeten la palabra dada, y cuando llegamos al porqué, solamente nos arrugamos la frente.

Para otros muchos, posiblemente en mayor proporción, te recordarán como ese tocador de pito que tocó su última Bajada sabiéndolo, y eso es suficiente para considerarte un gran hombre. ¡Adiós Antonio!