Gime Binto y grita Masilva. Las entrañas de la isla se revuelven y a punto están de vomitar por la Hoya de Fileba. Corremos despavoridos en busca de aliento. Vamos al encuentro del amigo, del conocido, para preguntarnos por qué tanto sin sentido. 

Malpaso llora. Él ha sido testigo principal y áulico de su tránsito, al principio silencio, a escondidas, y después con jolgorio, regocijo y respeto durante cuatrocientos años. Él, que ha sentido el reverberar del cuero de los tambores isleños y que nunca excluyó a ningún “bailarín de la Virgen”, hasta el fatídico día del tres de julio de mil novecientos noventa y tres de triste recuerdo, para ejemplo de lo que nunca debió ocurrir. 

Todos habían sido bienvenidos para bailar al calor de su empinada ladera, en búsqueda de conexión divina, para explotar en una congregación de espiritualidad a la vera de la Cruz de Los Reyes con una sensación de paz. 

Para recordar también a las familias y compatriotas con los que compartimos mantel en algún momento de nuestras vidas o un trozo del camino. Para encontrarnos con emociones perdidas en el recuerdo de tantos años.

Hoy, doscientos ochenta años después de la primera bajada, nos miramos desencajados (parece mentira) ante los malos augurios, porque siempre hay gente, en todos los lugares de la tierra, dispuesta   a pregonar la ruina y las desgracias en cualquier faceta de la vida. Y digo: aquí no cabe.

Así estamos, adoloridos, con la emoción contenida, respetando el derecho a opinar de cada cual, pero no la opinión si esta es devastadora, negra y ruinosa. 

Así estamos pendientes de no sé qué ni de quién, para poder dar rienda suelta a nuestros sentimientos, que cada uno calibrará como puede y quiere con respeto a lo que se siente, que es diferente en cada uno de los corazones herreños y siempre, siempre, con respeto a lo que nos une.

Cariñosamente, cuando la fecha de nuestra Bajada se acerca, utilizamos expresiones que refieren la identidad de cada pueblo, como: “cada uno a su raya” o “en la raya nos vemos”, que no es otra cosa que el deseo afectuoso, amable, de vernos cada cuatro años y compartir regocijo, y si el devenir de la fiesta descarrila en otra cosa, no será en modo alguno a lo que nos convoca la devoción, el recuerdo o la tradición.

Me niego a creer que haya interés en no hacer lo que es correcto, lo que marca el fundamento.  “Si la Bajada se hiciera como cada uno quiere o cree que es, la Virgen nunca llegará a Valverde”, decía un amigo. Por eso debemos dejar en toda discusión un margen a la razón para cumplir con respeto y armonía la expresión más grande que como isla tenemos.

Digo que somos más, muchos más, los que subiremos a la cumbre a acariciar las laderas de Malpaso, a sentir con ellas los ¡Viva la Virgen Viva! de nuestros antepasados que a pesar del paso del tiempo destilan de cada piedra del camino, de cada tronco de pino, de cada grano de jable cada   cuatro años que nos deben mostrar el camino correcto.

Somos más los que subiremos a Malpaso para sentir su temblor y su grito de hermandad; somos más, muchos más los que queremos darnos un abrazo colectivo, y si queremos, podemos hacerlo. 

Somos muchos los que no queremos llorar otra vez. Somos muchos, muchos más lo que queremos gritar a pecho descubierto: ¡Viva la Buena Unión, que viva! ¡Viva la Virgen de los Reyes, que viva!