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El pasado sábado me fui a coger los higos de mi higuera de La Ladera, que heredé de mi finada madre y ella de la suya, mi abuela María Armas. Iba tarareando aquel pie de La Meda que cantaba el grupo folclórico Tejeguate de tan gratos recuerdos: “La costumbre de los viejos No deben abandonarse”. Cuando llegué y la contemplé, me trasladé a los años 60 del siglo pasado, (mira si ha llovido), y allí estaba la estampa de mi familia, cogiendo higos para pasar el invierno. Allí estaban mi madre, mi padre no, porque emigró a Venezuela, mi abuelo Francisco Pérez y mi hermano Eugenio. - Nieto, súbete a ese gajo alto y apura los higos que están en las pímporas, ordenaba mi abuelo. - ¿Y si me caigo? Coja la escoma- le respondió mi hermano. - Odola, la trujiste. En ese pasaje de mi temprana vida andaba, cuando alguien que no conocí, pasó por el camino, hoy carretera, y gritó: - ¡Déjala que se seque! Mira ese cogiendo higos, qué miserable, como si no tuviera para comprar. Miré a la higuera y recordé un verso que mi gran maestro, don Guillermo Panizo, me hizo aprender de memoria en la escuela de Isora: “Porque es áspera y fea, Porque todas sus hojas son grises, Yo le tengo piedad a la higuera”. La observé detenidamente y me dije: ¡esta no es la higuera de mis imágenes infantiles, ya no está frondosa y verde, con hojas grandes y ásperas, sus retorcidos troncos están secos, está careada, se ve triste y mortecina, y entonces me cabreé, comencé a repartir culpas, primero a Dios, como mandan los cánones del maldicionento, por tanta sequía, luego bajé la intensidad ante la duda de su existencia y culpé a la naturaleza por castigar tanto a esta isla: calor, viento de África, calor, calima…. ¿Por qué no corren los barrancos como corrían cuando el mundo era mundo? Convencido de que tampoco mis insultos le harían mella a la madre naturaleza, busqué a alguien más cercano, al que me sienta bien insultar, que sacie mis ansias de venganza y de machacar con saña, por ser culpable de que mi gran higuera, hoy sea un montón de gajos secos y entonces concluí, ¡el responsable es el cabildo!, ese es el cabrón responsable de tanta sequía y culpable por no poner riego en los troncos de las higueras, ¿te imaginas todas las higueras de la isla con un grifo? Entonces mi higuera estaría alegre y feliz y me daría unos higos como cabezas de gato. Mientras apuraba los escasos y enjellados higos, más relajado porque al fin encontré el culpable de tanta desgracia, noté que ninguno de los higos estaba picoteado y reparé: - ¡Anda, no se oyen pájaros! Había silencio. Dónde están las bandadas de pájaros lineros, pitasilvas, trigueros, dónde el “cuarterón” que sonaba como truenos cuando se levantaban las codornices, a decenas, de los canteros del pasto, dónde el colorido ”jabubo” . Entonces me acordé de aquella propuesta de soltar gallinas guineanas en todo Nisdafe para que controlaran el cigarrón y no esparcir a palas afrecho envenenado que nos llenó de muerte nuestro escaso campo herreño. Por aquel tiempo todo se envenenó. Que diferente hubiera sido ver gallinas paseando por el campo, encontrar nidadas de huevos, ver los pollitos correteando, oír el canto desafiante de los gallos emplumados. En la soledad, le di rienda a mi imaginación al lomo de los recuerdos: -Qué bonito si en esta isla imperara el trueque, entonces yo cambiaría mis higos por papas de hoyo a mi vecino Martín, o por un queso al gran pastor y mejor amigo Aurelio Cabrera, o me fuera a tomar una cerveza y diera en pago un balde de tunos a mi sobrina Eva. Una isla sostenible, muy sostenible, 100% sostenible, que digo,¡1000% sostenible!, y entonces, si el cabildo le pusiera riego en las higueras, si el cabildo no hubiera envenenado los campos, si el cabildo hubiera instalado el trueque como sistema de cambio, si hubiera acuñado el “garoé” como moneda de curso legal en esta nuestra tierra herreña, si pudiéramos pescar carpas en la charca de la Caldera, si el cabildo hubiera instalado unos sistemas para dar energía eléctrica con un digestor de metano a partir de la caca de los cochinos negros, si el transporte fuera comunitario, ¡que felices hubiéramos sido! Entonces, embelesado, me llegó a la mente otra estrofa del verso a la higuera. “Por eso, Cada vez que yo paso a su lado, Digo, procurando Hacer dulce y alegre mi acento, “Es la higuera el más bello De los árboles todos del huerto”. Al terminar de coger los higos, me fui a mi entrañable bar El Pueblo, y llegó un joven que no conocí, con una pegatina en el pecho que venía de una manifestación en contra del Parque Marino, y otro de los que estaba en la barra le dijo: - Pero si tú jamás te has mojado el culo en la mar, por qué te manifiestas. - Me da igual, el culpable es el cabildo –¬¬dijo ufano ¬-y que defender los usos y costumbres. - ¿Usos y costumbres dices? Mi padre iba al mar y cargaba de pescado, y cuando había “jacío golpe a la lapa”, ahora apenas se pueden coger tres kilos de pescado y las lapas solo en veda y un kilo, ¿eso no eran usos y costumbres? - Mira, ve la foto de la gente que fue. El tertuliano se alongó, y sorprendido, exclamó: - ¡Coño, si este es el de las gallinas guineanas! - ¿Este señor vende gallinas? Mientras oía con curiosidad aquella conversación, me tomé un trago de cerveza fría y me vino otra estrofa a la higuera: “Y tal vez, a la noche, Cuando el viento abanique su copa, Embriagada de gozo le cuente: ¡Hoy a mí me dijeron hermosa!”. |
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