OPINIÓN - 22/11/2023
El poder de la quesadilla
Por José Francisco Armas
22/11/2023
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Hace ya muchos años, a finales de los 60 del pasado siglo, mi vecino Severiano no tenía aljibe en su casa, y se suministraba de la de Andrés Torres, que cuando vino de Venezuela hizo un buen depósito, por eso se emigraba, para hacerse la casa, un aljibe y comprar alguna finca.

Quiso Dios, que cuando Severiano fue a buscar un balde de agua para que la buena de su esposa María hiciera un rancho de conejo que ajeitó la noche anterior de cacería con su tío Fonte, no había nadie en la panadería, y resultó que se estaba preparando el casorio de una joven del pueblo para los días siguientes, y ya se sabe que una buena boda, por aquel entonces, debía tener bebidas y sobre todo quesadillas en abundancia. Cuando Severiano se agachó en el brocal para baldear el cubo en el aljibe, su vista se fue hacia la puerta siempre abierta de la panadería y lo que vio fue los tableros llenos de milanas de quesadillas recién hechas. 

Severiano movía el balde de un lado al otro del aljibe y su mente se nubló, su boca aguó, se relamió los labios saboreando como si la estuviera engullendo. El olor embriagaba, no sé por qué, pero en aquellos aciagos años todo olía más. Aquellas quesadillas de las manos de Nela, que eran únicas, y que hacía con un delicado esmero, dominaba aquel instante de la vida de mi recordado vecino, que sin pensarlo sacó el balde, se dirigió a la panadería y la primera milana que encontró la vació dentro del cubo, salto el camino, hoy calle San José, y de allí cruzó unos huertos que eran suyos y fue a parar a la brevera que hoy sigue estando, y sentando en un gordo y retorcido gajo del tronco, devoró la quesadilla.  

Volvió al aljibe, llenó el balde de agua, y María lo peleó porque había tardado para hacer el ayanto.

- “¡Cállese mujer, que menos mal maté a quien me estaba matando!”  

Me vino a la memoria este pasaje de mi vida de infancia, porque esta semana he tenido que viajar a Caracas para agradecer, personalmente, a la buena gente que me ayudó en un momento difícil, de esos, que en un instante parecen irresolubles, pero que la naturaleza misma resuelve, en mi caso para bien y llevé unas quesadillas como detalle. 

Estábamos en una panadería de la zona de Las Delicias de Sabana Grande y mis compañeras de tertulia dejaron, entre otros presentes, la quesadilla en una repisa que ni siquiera estaba mucho a la vista. Nos interrumpió un hombre de unos cuarenta años y muy educado, nos peguntó si habíamos comprado allí aquel dulce. Le contestamos que no, pero mi curiosidad me llevó a interesarme si sabía lo que era, y muy explícito el señor me dijo: ¡claro, una quesadilla!

La pregunta obligada fue, ¿y por qué la conoces?, ¡mi mamá es herreña!, soy de los Barreras de El Mocanal, nieto de Juan el Cojo, contestó. Eso bastó para que, inmediatamente, nos pusiéramos a averiguar su parentesco y, por fortuna, una de las compañeras de charla conocía a su mamá y así entablamos un momento de conversación muy agradable. Hay que ver, el poder de una quesadilla.

Recuerdo un verso que mi padre repetía cada vez que los olores de la panadería de Andrés Torres nos inundaban, que lo dijo en un convite, un poeta del pueblo conocido por el “Mirapamañana”:

No ansío degustarte en mi boca desdentada
No pretendo acariciarte con manos encallecidas
Solo olerte en la distancia,
Solo eso, alegra mi triste vida.

¡El poder de la quesadilla!
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