SOCIEDAD - 11/7/2025
ESTA ES LA ESCULTURA 'AZOFA', QUE RINDE HOMENAJE A LOS PASTORES DE EL HIERRO
Esta es la escultura homenaje a Azofa, de Alexis W.
DiarioElHierro
11/7/2025
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Alexis W ha diseñado y realizado  la escultura Azofa, una pieza escultórica y musical que rinde homenaje, venera la memoria y el legado ancestral de los pastores de la isla de El Hierro. La inauguración se llevará a cabo este sábado, 12 de julio,, a las 12:00 horas, en San Andrés. 

“La obra escenifica, desde lo simbólico, la huella invisible de quienes, asta en mano, tejieron caminos e identidad sobre la piel de la isla. Al mismo tiempo, la poética del objeto pretende rescatar del olvido un nombre a punto de perderse en la amnesia del presente: Azofa, tierra de pastores. Un topónimo que abraza geográfica y culturalmente los poblamientos humanos de Las Rosas, La Cuesta, Isora y San Andrés, pueblos hermanados en el caminar de sus rebaños y las huellas de su rastro. Un bastón de tea, corazón de pino canario clavado al suelo, se alza vertical buscando presencia, reclamando dignidad y voz. Esta madera es un cuerpo noble, que dibuja el tiempo, el clima y la geografía en sus nudos, una materia inanimada que respira pertenencia y Pueblo Canario mientras escribe su edad en las vetas. Este tótem sagrado se levanta aquí como símbolo del palo del pastor”, explica Alexis W.

“De su asta cuelgan cascabeles, suspendidos como gotas de agua que silban por Nisdafe al ritmo caprichoso del alisio. Cada repique es una historia, cada nota una voz que vuelve transformando el silencio en musicalidad propia. Cada badajo tiene su voz, una nota única, cada golpe genera una frecuencia diferente que nos conecta con lo más primitivo y atávico de la isla. Los “jierros“, antes señales de vida, ahora cantan para los que ya no están, hombres y mujeres que supieron leer el mundo sin libros, observándolo. La melodía impredecible acunada por la brisa revive los sonidos que antaño deambularon en procesión por los paisajes y rincones insulares en busca de los mejores pastos para el ganado y dignidad para sus familias”, relata el autor de la escultura.

“Los repiques y matices melódicos de estos cascabeles que pertenecieron a los viejos guardianes de la isla, nos invitan a cerrar los ojos y conectarnos con nuestro pasado. Azofa, tierra donde el silencio conoce los nombres de sus pastores, nos invita a escucharla y jugar con ella. Azofa se puede tocar. Una melodía siempre nueva, siempre distinta, como el caminar de los ausentes”, añade Alexis W.

"UNA OFRENDA, UN ACTO DE AMOR Y RESPETO A LOS PASTORES, HOMBRES Y MUJERES QUE, ASTA EN MANO, TEJIERON CAMINOS E DDENTIDAD"




Según su autor, “la escultura ha sido concebida como una ofrenda, como un acto de amor y respeto a esos hombres y mujeres, auténticos héroes y heroínas de la supervivencia, nuestros antepasados. Estos valientes conocedores del idioma del viento y la gramática de las nubes que domesticaron con paciencia y armonía la tierra que habitamos. Nuestra querida y amada isla.  Azofa, un viaje al origen, un acto de escucharnos y reconocernos, un altar sonoro a la dignidad de vivir en la intemperie”, señala.

LAS PALABRAS DE SU AUTOR


En El Hierro, isla con alma de lava, habitaron hombres y mujeres que sabían leer el viento, descifrar el lenguaje de las piedras y guiar sus manadas de cabras y ovejas por senderos invisibles. La memoria del mundo aborigen, un conocimiento transmitido de boca en boca, de generación en generación, pervive en la forma de vida de los últimos pastores que peregrinaron con sus rebaños por las veredas y pueblos de la isla. Desde la llegada de los primeros pobladores hasta finales del siglo XX, el pastoreo, junto con la agricultura de subsistencia y los recursos del mar, mataron mucha hambre y posibilitaron a nuestros antepasados habitar el territorio. La oveja y la cabra fueron esenciales para sobrevivir a un paraje de belleza áspera y corazón de piedra rota. 

El legado material e inmaterial de estos hombres y mujeres de honor pervive con dificultad en algunos ámbitos de la sociedad herreña, dejando huellas indelebles en su geografía, cultura, valores identitarios, el relato idealizado de nuestra tradición y la memoria de los últimos nómadas. 

La gloria y recuerdo de esos tejedores de caminos y guardianes del silencio habita aún en la toponimia, los ecos del monte, el silencio de la noche y los sonidos que el viento arrastra por los verdes. Los primeros moradores, pastores bereberes que domesticaron la Isla de Ferro, marcaron veredas, alzaron paredes de piedra, trazaron caminos y fundaron los primeros asentamientos humanos. 

El espíritu y memoria de estos centinelas del tiempo nos acompaña en las rutas de senderos que surcan la orografía insular como cicatrices sagradas. La importancia de la sociedad pastoril se reconoce en la autoridad del alcalde de los pastores, una figura con potestad para legislar recursos o mediar en disputas y conflictos.

Su herencia etnográfica y cultural perdura en manifestaciones festivas como los Carneros de La Frontera o celebraciones populares como la Fiesta de los Pastores y la Bajada de la Virgen. La nomenclatura pastoril guarda como una alhaja susurros de este mundo antiguo: casi cincuenta nombres usados por los Viejos herreños para nombrar al ganado según sus colores.  

Lo ancestral y el linaje de su figura es inseparable a la devoción por la Virgen de los Reyes, su custodia  y los ritos ancestrales que definen el espíritu de esta ínsula atlántica. Sin la presencia de estos hombres de paso lento y mirada larga el imaginario herreño quedaría incompleto, desprovisto de raíz y memoria.

Desde una óptica contemporánea, sociólogos, historiadores, arqueólogos, antropólogos, escritores y artistas han vuelto su mirada curiosa hacia esta forma de entender la existencia, tratando de rescatar los últimos resuellos antes que se disuelvan en las encrucijadas del presente. Hoy más que nunca, la herencia de estos guardianes de otro tiempo, sus valores y su épica se convierten en protagonistas necesarios en el relato de nuestra identidad colectiva. Esta memoria poetizada se confabula con la esencia en la que nos gusta reconocernos como pueblo: hijos de la isla y sus caminos.
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